Amanece en Gwozdawa. Me acelero en levantarme para acudir con ellos a la hora de la oración. Antes rezamos laudes. Y la misa después, a las 7.20. La iglesia se ha ido llenando de gente encantadora. Algunos niños en primera fila. Mujeres ancianas y algunas de mediana edad. El grupo de hombres es más escaso. Celebra Jozef y me deja a mí la predicación. Al comenzar la misa, Clementina me dirige unas palabras acogiéndome con una sencillez y alegría que me conmueve.
En sus palabras expresa la alegría de este pequeño pueblo por mi presencia en tiempos de guerra y la alegría por los padres Maksymilian, Piotr y Jozef entre ellos, el gozo de tener la misa diaria. Me regalan un huevo de Pascua de porcelana y unos bombones.
Al final de la misa nos abrazamos como familia de toda la vida. Bendigo uno por uno a todos con imposición de manos. Les regalo los rosarios que he traído de España y que ha hecho el padre Santiago, un fraile bueno y sencillo, que vive en Madrid (de 90 años). Agradecen mucho el detalle. Cuando les bendigo me retienen las manos y me besan en las dos palmas, como si fuera mi primera Misa. Me estrenan el sacerdocio con tanto cariño. Me hago algunas fotos con ellos. Después, enseño algunas fotos de estas y digo a amigas y amigos que me he enamorado de estas gentes. Soy yo el bendecido.
Desayunamos en ambiente de fiesta y alegría. Visito la casa y los alrededores con los hermanos. Un lugar de campo tranquilo y silencioso. Son solo una comunidad, la de Berdichev, que atiende este lugar de silencio y retiro, cuidando la piedad y la confianza de este pueblo pequeño, tan lleno de fe y tan probado desde los tiempos del comunismo.
Después de haber completado con Jozef una entrevista con Anastasia (hermana honorata) para el periódico de la Iglesia en Ucrania, nos despedimos con agradecimiento mutuo. Ha venido en la mañana Rafal de Berdichev para la despedida. Abrazo y bendición a los hermanos.
El camino hacia la frontera es de 7 horas, con dos paradas. A medida que nos alejamos del centro del país la vida se percibe más normal, aunque haya controles cada cierto tiempo. Más coches y estaciones de servicio enteras y sin nada roto. Se hace extraño, después de los alrededores de Kiev, ver ciudades con los edificios casi todos en pie y sin señales de guerra.
El camino con Vitaly y Olek, que vuelven a prestarse amables para llevarme, es animado y lleno de vitalidad amiga. Agradezco mucho su compañía.
Llegamos a la frontera y da pena despedirse del país, de los hermanos, de Vitaly, pero les prometo volver.
En la frontera, una cola de unas 200 personas. Familias y niños. Comienza a hacer bastante frío. Esperamos una hora y media más o menos el fluir muy lento de la cola. Mientras, voluntarios y Cruz Roja nos ofrecen agua y mantas, muñecos a los niños y chocolate y te… Pasan una y otra vez por la fila de gente preguntando qué necesitamos. Me emociona esta humanidad arropando el éxodo de los ucranianos frente al desamor y la barbarie que ayer contemplé.
Por fin consigo pasar los dos controles de policía ucraniano y polaco después de tanto tiempo de pie. Al otro lado las ONGs reciben a la gente y ofrecen de todo. Acepto chocolate de los españoles y saludo a otros voluntarios.
Me recoge Andrezj y emprendemos camino a Częstochowa, sin parar en Przemyśl. Voy a visitar a las carmelitas de Kharkiv que están ahí hospedadas en un lugar independiente y preparado para ellas, en las hermanas de San José. Con ganas de abrazarlas.
Llegamos pasada la media noche. Y me recibe Ana María, la priora, y otras dos hermanas. Nos saludamos con un abrazo largamente esperado. Tienen la cena preparada. Conversamos sin prisa pese a la hora, cerca de la 1. Hay tanto por compartir, tanto consuelo en esta fraternidad honda y verdadera que vence toda frontera y logra comunión en la lengua común del sentirnos UNO. ¡Cuánto calor en medio de tanto frío en nuestro mundo! Si todos los seres humanos pudieran disfrutar de este cariño de hermanos que a mí se me regala. Si las niñas violadas o las personas tiroteadas, si las familias bombardeadas o las personas desprovistas de hogar pudieran sentir este calor de Resurrección dentro y el calor de lo mejor del ser humano. Pero todavía no es ese sueño cumplido en esta tierra herida. Y no escenificamos reconciliaciones inexistentes, porque Rusia y Putin siguen en su empeño de masacrar Ucrania, a la que llaman “fascista” -¡cruel ironía!-, sino que oramos con violencia pacífica para que se haga verdad y justicia. Y sí, que haya perdón, que sane y libere a víctimas rotas y a verdugos crueles, y gracia que cure el dolor profundo de la Cruz de nuestros días y llene el sepulcro vacío de un anuncio de Vida Nueva invencible. Pero todavía es la guerra y todavía no hay ningún aire de conciencia por parte de quienes la alimentan y quienes la consienten. Todavía las bombas silban en el aire y caen sobre Lviv mientras pasamos por sus alrededores al caer la tarde de este Lunes de Pascua. Y todavía tenemos tanto por orar y tanto por despertar y tantos a los que abrazar y consolar, sin rendirnos.
No nos engañemos. El perdón de Jesús en la Cruz está también en nuestros labios y en nuestro corazón: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. Y lo decía desde la Cruz. Pero las raíces del mal y del horror están escondidas y vivas en esta tierra que pisamos, y sus botas dispuestas a seguir pisoteando seres humanos indefensos. Tenemos el deber moral de armarnos para esta guerra. Os invito a sacar a luz la violencia de los pacíficos plantando cara a tanta hipocresía política, a tanta mentira ideológica y a tanto silencio cobarde, a hacer frente común de evangelio valiente con una oración y una vida sin echarnos atrás.
Perdonad este desahogo. Me fastidia tanto la política de nuestros días. Respeto a los políticos que sirven al pueblo, que no dicen mentiras, que luchan sin ser esclavos de ideologías de partido, los políticos que no buscan poder y que no son narcisistas. Los que construyen para todos. No puedo soportar que sigamos discutiendo si estamos a favor de Rusia o de USA, si somos de derechas o de izquierdas, si somos del Papa Francisco o de Benedicto XVI… cayendo en una trampa estúpida que no nos deja ver la realidad del mal que nos acecha. Y la demencia de dirigentes sin escrúpulos.
Termino el día agotado y feliz de estar con mis hermanas.
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