El Beato Francisco Palau, un carmelita español que nace en Aytona en 1810 y muere en Taragona en 1871, es un personaje típico del siglo XIX, de quien afirma el P. Alejo de la Virgen del Carmen que entre las grandes figuras del siglo XIX, sobre todo en Cataluña, y entre los apóstoles de la palabra cristiana, al lado del Venerable Claret, el P. Coll y el P. Planas, habría que colocar al P. Palau, “más afligido, más calumniado y menos conocido hoy que todos ellos”.
Es un hombre insatisfecho con el espíritu del siglo, añorante del mundo que ha caído por tierra con los procesos revolucionarios, y siempre esperando el surgimiento de una nueva sociedad en las que poder ver realizadas sus esperanzas.
La vocación; paulatinamente descubre que su sitio está en el claustro, y cuando las circunstancias le expulsen del mismo, reafirmará su vocación de religioso y carmelita, a la cual permanece fiel frente a presiones, prohibiciones, cárceles y destierros, y ya que en él la “llama del amor” era más fuerte que todas las dificultades que se le presentaban “se resolvió “vivir solitario en los desiertos, dentro del seno de los montes”.
El amor a la Iglesia, su gran pasión que terminará por revelarse como una realidad más allá de lo estructura, como en un principio la pudo sentir, para comprenderla como comunión de amor entre Dios y el prójimo. Cuando descubra este misterio, a la altura de 1860 encontrará el sentido definitivo a su vida, una vida gastada al servicio de la Iglesia.
Francisco Palau, el solitario por vocación, se siente un apóstol, un evangelizador, dispuesto a gastar esta causa contra todos aquellos que intentan arrinconar y silenciar a Dios. El entiende que evangelizar es toda actividad, la predicación, la enseñanza, la catequesis, la beneficencia, el ejercicio del periodismo, estilo a su estilo, propaganda y denuncia, que ayudase a cristianizar el ambiente cada vez más alejado de los principios religiosos que, para él, son la base sobre la que debe levantarse el edificio social.
Pero esta pasión no sólo se dirige al adoctrinamiento cristiano, sino también a la atención de los necesitados, los enfermos, y entre estos a los “locos”, a los dementes, que a veces aparecían como dejados de la mano de Dios. De hecho él, que desde joven ha sentido que la soledad y la contemplación –la vocación de María- era el ámbito natural para el desarrollo de su vocación, recomienda a sus hijas la vocación de Marta.
Este es el P. Palau, un carmelita descalzos que al ser expulsado del convento descubrió su vocación de ermitaño solitario que, encontrándose a gusto en las cuevas y soledades de las montañas, supo estar al lago de la gente, como predicador, reformador de las costumbres, catequistas, animador de grupos y comunidades que se formaban alrededor de su persona.
Misionero Apostólico. Fundador de lo que hoy conocemos como dos congregaciones, Carmelitas Misionaras Teresianas y Carmelitas Misoneras.
Escritor de obras de carácter devocional y apologético. Pero, ante todo y sobre todo, es un buscador, que anduvo siempre “en pos de lo bueno y de lo bello”.