Noticias del Carmel de Bangui n° 20 –24 de enero de 2018
¿Dónde está escrito que la Navidad haya que celebrarla por fuerza el día 25 de diciembre? En el calendario, responderán los más diligentes de mis lectores. Tenéis razón. Todo calendario –desde el más sagrado al más profano– lleva en la página de diciembre un bonito 25, todo rojo, para recordar –a los más devotos y a los más distraídos– que ese día nació el personaje más interesante de la historia. Pero en la selva –y queden en paz calendarios y expertos en liturgia– Navidad llega cuando llega el misionero. Y si tenéis un poco de tiempo, querría contaros mi segunda Navidad, que no había previsto, celebrada en el selva del río Congo, la mayor del planeta, después de la selva del río Amazonas.
Como solemos hacer, en los días después de Navidad –que, no os preocupéis, en el Carmel de Bangui también nosotros hemos celebrado el día 25 de diciembre, como manda la lglesia– nos concedimos algunos días de descanso y fraternidad con un pequeño viaje para algún sitio. Este año elegimos ir al poblado de Bambio, en plena selva, donde nació hace 25 años fray Régis. Bambio se encuentra tan solo a 290 kilómetros de Bangui, en la zona sudoeste del país, bañada por la selva del río Congo. Para llegar a esta pequeña sub prefectura de Sangha-Mbaéré hay que recorrer un largo tramo que es conocido como el cuarto paralelo al norte del ecuador. La carretera está, durante muchos tramos, en pésimo estado. En dos ocasiones la alegre caravana de los doce frailes se vio obligada a empujar el coche bloqueado en la arena. Llegamos a Bambio cuando ya era casi de noche. Antes de entrar en el poblado ya percibimos con cuanta atención nos esperaban. El tío de fray Régis nos recibió sonriente, emocionado por nuestra llegada, y nos invitó a seguir. Acoger a un misionero es algo muy grato y bastante habitual. Pero doce frailes de un golpe en Bambio jamás se habían visto.
Una vez llegados a las casa de los padres de fray Régis, nos dimos cuenta de que no solo nos esperaban con anhelo, sino también de que nuestra estancia había sido organizada con todos los detalles, con un protocolo que daría envidia a las mejores agencias de viajes y a los hoteles más lujosos. La proverbial acogida africana, en Bambio, dio lo mejor de sí. Nada más llegar, nos acomodamos en un comedor construido especialmente para nosotros: una payotte rectangular, cubierta con hojas de bambú. Las mujeres nos sirvieron rápidamente agua fresca y un café caliente para recuperarnos del largo viaje. Tomé un café, no de los que se compran, sino cultivado a pocos metros de casa. Cogí una gran taza de aluminio esmaltado de blanco y bebí sorbos lentamente ese café en el que percibí todo el aroma de la selva, todo el trabajo que quien lo ha cultivado y todo el calor de quien lo ha preparado. Y pensaba en vosotros que, preocupados, buscáis el café Lavazza Qualità Oro u otra de esas marcas famosas, entre los estantes de un supermercado…
Estábamos dispuestos a dormir en el suelo en los locales de la parroquia. Imposible. Para que descansáramos nos habían limpiado una deliciosa cabaña de madera pintada de azul, tan bonita que parecía recién construida. Nuestro apartamento se componía de cuatro habitaciones con colchones para todos y de un amplio salón que estaba adaptado como lugar para la oración y para el recreo. Para el misionero una habitación toda para él, con una cama mayor que la del convento, con mosquitero y mesita de noche. Obviamente todos estos privilegios concedidos al clero suscitaban la envidia y comentarios irónicos de mis queridos hermanos de hábito.
Pero los huéspedes, además de dormir y comer, necesitan también lavarse. Hubiéramos renunciado a la ducha diaria, dadas las condiciones precarias del viaje, pero el poblado nos preparó un baño muy respetable. Y al que escribe esto le quedó el honor la inauguración del nuevo baño colocado a pocos metros de nuestra habitación. Para ello se presentó Teófilo, el último hermano de fray Régis, un impecable mayordomo dispuesto a satisfacer todas nuestras exigencias y al que quise explicar que mi Monferrato es casi tan bonito como su selva. Con actitud decidida me presentó un buen balde de agua y explicó al misionero, habituado seguramente a un baño más refinado, cómo se lava uno en la selva. Y yo, un poco después, casi no creía que me estuviese lavando con agua caliente y un jabón recién estrenado, en este pedazo de selva del Congo, en un baño de madera y láminas, que tenía por techo las estrellas.
Durante la cena descubrimos que, desde hacía algunos meses, no habían pasado sacerdotes por el poblado y por eso no se había celebrado la misa de Navidad. Entre mis hermanos de hábito se extendió una mirada de complicidad: “Mañana será Navidad”. Y que sea Navidad. ¿No lo decía también Lucio Dalla, el cantante italiano, que será tres veces Navidad y fiesta todo el año? El poblado fue rápidamente informado. A la mañana siguiente la gente, vestida con elegancia, comenzó a juntarse en la iglesia y a las 9 en punto comenzó la Navidad con retraso en Bambio. Descubrí con gusto que, aunque el sacerdote no hubiera llegado, la pequeña iglesia había sido adornada como día de fiesta, porque la comunidad se había reunido para rezar la noche y la mañana de Navidad. El catequista jefe del poblado casi se excusaba: “De haberlo sabido con tiempo podíamos habernos organizado mejor y previsto al menos un bautizo”. Durante la celebración pensaba en estas tierras evangelizadas por misioneros intrépidos, pero en las que ahora faltan sacerdotes. Y observaba a mis hermanos de hábito danzando y cantando todo el repertorio navideño del convento. Somos justo doce, como los apóstoles. Si aquellos primeros doce hombres de quienes somos ambiciosos e imperfectos imitadores, lograron evangelizar Galilea, Judea, Samaría y luego Asia hasta Grecia e Italia… ¿Lograremos al menos nosotros evangelizar nuestro barrio en Bangui, la Ombella M’Poko, la Nana-Mamberé, l’Ouham-Pendé y tal vez también la Lobaye y la Sangha-Mbaéré?
Después de la misa fuimos a ver al sub-prefecto para una visita de cortesía. Descubrimos que Bambio fue fundada por los años veinte para hospedar a los obreros de las plantaciones de caucho, utilizado para las botas de los soldados franceses en la segunda guerra mundial. Luego nos acercamos a Mambelé, después de haber recorrido 40 kilómetros de carretera, siempre escoltados por árboles gigantescos, para visitar una de los más mayores aserraderos del país. El dueño nos acogió cordialmente y nos explicó que era una de las pocas actividades florecientes en Centro África y que daba trabajo a cientos de personas. Y con orgullo descubrimos que la madera de esta selva es una de las mejores en el mundo, vendida a los Estados Unidos, a China, a Alemania, a Francia y a Italia. Quizás la madera de los muebles de vuestra casa proviene de de aquí.
Luego llegó el momento de dejar Bambio, aunque nos hubiera gustado quedarnos algún día más. Y, según la mejor tradición africana, el huésped no podía marcharse con las manos vacías. Tres nuevos pasajeros se juntaron a nuestra caravana: un mono (atrapado por el hermano mayor de fray Régis y ya asado conforme técnicas ancestrales), un bonito cerdo y una cabrita (todavía no asados, pero que lo serían recién llegado 2018). Y después hojas de gnetum africanum, una verdura que parece casi el ingrediente para una poción mágica, y una buena reserva de peké, una bebida tradicional que alimentará la sobria ebriedad de mis hermanos de hábito.
Durante el viaje de vuelta pasamos una noche en la parroquia de Boda, antigua misión de los Espiritanos y ahora dirigida por los Combonianos. La iglesia parroquial es una joya del neo-románico-colonial-tropical. La ciudad, rica en diamantes, fue durante la guerra teatro de un enfrentamiento sangriento entre cristianos y musulmanes. Sin embargo, ahora los cristianos y musulmanes conviven de nuevo pacíficamente. Al día siguiente una breve visita a las cascadas y de nuevo en marcha hacia Bangui. Comimos entre los árboles delante de la catedral de M’Baïki, una de las iglesias más bellas de Centro África, probablemente obra el mismo arquitecto de Boda.
A lo largo de la carretera intenté captar algo de las animadas discusiones en sango de mis hermanos. Madera, café, oro, diamantes… Las riquezas de Centro África. Bozizé, Djotodia, Touaderà, Seleká, Antibalaká… Los problemas de Centro África. Real Madrid, Barcelona, Liverpool, Paris St. Germain… Las distracciones de Centro África. Por fin, el canto de vísperas une pasiones y pensamientos, fatigas y deseos en este convento de cuatro ruedas. Después todos se adormecieron y yo pensaba en sus sueños, que serían grandes como los árboles de la selva.
Una vez vueltos a casas, algunos días después, fray Grâce-à-Dieu, vino a darme las gracias por la bonita excursión que le había permitido conocer lugares de su país en los que nunca había estado. Y me aseguró: “Los cristianos de Bambio, muy felices por una Navidad celebrada con retraso, me han convencido ahora más que nunca para que sea sacerdote”. El árbol de fray Grâce-à-Dieu tiene buenas raíces. Su sueño, si Dios quiere, será realidad.
Un abrazo
Padre Federico